Sobre un hermoso mantel reposan los documentos. Se trata de cartas, fotografías, tarjetas oficiales de identificación y papeles del entonces Servicio de Migración que acreditaron la estancia en México del joven Emilio Yee Tang, quien se internó en el país luego de ingresar por Manzanillo.
Soltero, se abrió camino desde China y llegó a América a inicios del siglo pasado, donde trabajó duro como todas las personas que dejan su patria buscando nuevas oportunidades a pesar de no conocer el idioma. La ruta que tomó de Manzanillo a Torreón la desconoce su descendencia.
En la Comarca Lagunera conoció al comerciante Juan Chew Wah, padre de Esther Wah Sánchez. La cercanía con la familia se estrechó cuando Emilio pidió en matrimonio a Esther. La construcción del génesis de esta familia refiere que Chew Wah cruzó la República mexicana luego de haberse asentado por un tiempo en El Oro, Estado de México. De allí se mudó a Torreón, una de las ciudades más jóvenes del país donde fue representante de los comerciantes.
Si bien de su errancia hay evidencias físicas, también existe la memoria oral. Su familia cuenta que fue empleado de un comercio, luego se independizó. Pero las inquietudes eran grandes y su curiosidad mayor. Emilio Yee Tang compró equipo fotográfico para trabajar y el oficio le permitió ser testigo de su tiempo y capturar en imágenes las regiones que visitó junto a sus tradiciones, rituales, núcleos familiares y su propio paso por México.
La cámara y el equipo de laboratorio junto a algunas placas de celulosa y una pequeña caja con fotografías son hoy objeto de estudio para el maestro Miguel Espino, quien elabora una investigación para dotar de un cuerpo a esa memoria, pues como lo apuntó Roland Barthes en su libro La cámara lúcida, en cuanto a muchas de estas fotos, lo que separa a Espino de ellas es la Historia, así con mayúscula. “¿No es acaso la Historia ese tiempo donde no habíamos nacido?”, se preguntó con ironía el filósofo francés.
Resulta trascendente este legado pues la presencia de Yee Tang hizo cruce con Torreón donde se cometió el acto xenofóbo más aberrante en la historia nacional. A manos de las fuerzas maderistas 303 personas de origen chino fueron asesinadas, acto por el cual el presidente Andrés Manuel López Obrador realizó un acto de desagravio el 17 de mayo de 2021.
“Don Emilio Yee Tang era el abuelo de Esther Yee González, mi esposa. Venía del sur del país. Juan Chew Wah le da trabajo a Emilio y en algún momento. Él venía de Manzanillo”.
Miguel Espino al igual que el abuelo de su esposa es fotógrafo. Y cuenta que la memoria familiar alcanza para establecer que Juan Chew Wah migra hacia Tamaulipas. Él y Esther escudriñan el pasado para evitar hacer “una revoltura” de esta historia que se percibe en la mesa como un enorme rompecabezas pues mantiene ramificaciones en Ciudad Mante y Tampico, Tamaulipas, y del mismo estado en el ejido El Limón, donde se ubica una comunidad de origen chino.
“Suponemos que al trasladarse Juan a Tampico, Emilio estuvo en contacto y, de positivar las fotos, en algunas pareciera que andan por allá”.
Diagnóstico histórico
Como si se tratara de un procedimiento de anamnesis, Miguel Espino y Esther Yee recopilan el conjunto de datos disponibles para establecer un cuerpo de historia objetivo. Se trata del tiempo en que vivió el patriarca antes de adquirir esta denominación, es decir, es la historia de Emilio Yee, el muchacho que llegó a México y se asentó en Torreón, donde formó una familia.
La cuestión esencial es el reconocimiento del personaje que hoy prevalece en su descendencia pues como acertadamente precisó el fotógrafo Rodrigo Moya, perteneciente a la tercera generación de fotoperiodistas en México, “contrario a lo que piensa mucha gente una foto no dice más que mil palabras” y a la historia se retorna para verse a sí mismo reflejado en el otro. En el antepasado.
“Emilio practicó la fotografía, le dedicó bastante tiempo y esa es la parte que detonó este proyecto y con la que me identifico mucho. Él documentó a su familia y de lo poco que tenemos en esta cajita con negativos -obviamente la familia tiene sus propias fotos-, hay muchas tomadas por él, pero no son de un álbum familiar, son con un ojo de un muchacho soltero, donde andaba agarrando camino y aventura, por eso me llamó la atención su trabajo: hay bodas, fiestas, hay familias, amigos y convivencia”.
Aunque Espino confiesa que no es mucho el material, sabe apreciar su valor pues el resultado es la mirada de alguien que invirtió en un objeto caro, la cámara, y se dispuso a hacer por su cuenta un registro fotográfico.
“Era una cámara de placas de 6 por 9 y 6 por 12, de fuelle con tripié; tiene su visor, temporizador, herramientas de laboratorio, fórmulas de revelado de colodión, de revelado de placa. Contaba con su termómetro muy rudimentario pero de laboratorio, hasta un vaso de precipitado y cucharillas. Materiales que nos asombraron. En una de las fotos encontramos un pulgar negro: quizá una evidencia de práctica colodionista, normalmente se hacen por el nitrato de plata al tomar la impresión.
“En pláticas se decía que Emilio era amigo de Ricardo Sosa y hay una foto que nos gusta mucho y es de estudio y muy seguramente la hizo Sosa. En la Universidad Iberoamericana hay un acervo en el Archivo Histórico. La pandemia detuvo muchas cosas y quedó en pausa este proyecto pero espero poder tener acceso a las fotografías. Hay placas de celulosa sin digitalizar y algunas estaban muy frágiles. Será difícil el acercamiento pero veremos qué se puede hacer”.
Miguel Espino requiere de tiempo para evaluar el material fotográfico disponible. De los objetos ya confirmó que la cámara funciona. Y en cuanto a los negativos fue en el año 2018 cuando los colocó por primera vez en un escáner y obtuvo algo de imagen.
Ese mismo año, poco antes de que falleciera su maestro, Javier Ramírez Limón, quien dedicó la mayor parte de su trabajo a documentar la frontera de México con los Estados Unidos, Espino le mostró avances del trabajo. A Ramírez Limón le llamó poderosamente la atención pues tiempo e imagen se cruzan y es inevitable encontrarse con la presencia del joven y no pensar en la guerra de revolución y la matanza de los chinos en Torreón.
“A partir de ahí seguí buscando y me doy cuenta de que no era el escáner apropiado. Le puse un iPad para retroiluminar, lo volví a escanear y empezó a salir la imágen. Viendo todo y habiendo leído previamente lo de la matanza, platicando con la familia y ubicando lo de Tamaulipas, al final me di cuenta de que tenemos mucho en común. Con independencia de que fuera chino, Emilio andaba buscando su sueño”.
Ceremonia de desagravio
El año 2021 enmarca la trascendencia de dejar impresa la huella de una historia para que no se repita. Y al buscar explicar la historia del abuelo de su esposa, este fotógrafo se topó con los vacíos propios de su familia nuclear.
“Lo mismo que veo en su familia directa lo veo en la mía y de hecho una segunda parte del proyecto es la que yo estoy hurgando luego en la mía. Esto ya me llevó a mi árbol genealógico y va para rato”.
Así esta historia se sustenta en lazos consanguíneos y objetos-herencia que han sido sustento de continuidad. Miguel Espino se identificó con Emilio Yee Tang como fotógrafo, pero al intentar contar su historia debió buscar además en las anécdotas de su propia familia. Es decir, lo que su abuela le contaba sobre la revolución y lo que había ocurrido con la comunidad china en Torreón.
Emilio Yee Tang falleció en 1991 y José Emilio Yee Wah, su hijo, les entregó como herencia a Esther y a Miguel, el material que se mantiene en estudio. Los nietos de Yee Tang saben que no hablaba un español perfecto y lo interpretaba, por no decir traducía, su esposa, Esther Wah Sánchez. A los hijos en México el idioma chino nunca se les enseñó. Quizá por un sentido de protección, de no hacer visible su origen en una ciudad donde detonó la masacre como efecto de odio. Por miedo, apunta el fotógrafo.
Sobre el genocidio perpetrado del 13 al 15 de mayo de 1911, Espino sigue leyendo. Juan Puig le dio una panorámica de la historia con el libro Entre el Río Perla y el Nazas. Julián Herbert la de literatura a través de su novela La casa del dolor ajeno. Los peritajes, en especial el que se realizó en Estados Unidos, los analiza con cuidado. La línea conductual en todos los documentos es el racismo, la discriminación, la envidia económica.
“He ido buscando la manera de abordar las dos cosas, racismo y discriminación, porque a mí lo que más me importa es la memoria de la familia como un testimonio hacia la comunidad china, un homenaje a partir de la familia de mi esposa. Estamos construyendo la memoria de cómo llegó el que sería su abuelo a Torreón de Manzanillo. Algunos chinos llegaron para trabajar en la instalación del ferrocarril. Queremos ponernos en sus zapatos y saber qué fue lo que lo trajo hasta acá”.
A Emilio Yee Tang el tiempo y las anécdotas lo colocan dentro y fuera de Torreón cuando se dio persecución y muerte a los chinos. Después del acto de desagravio, Esther, su nieta, hizo contacto con Antonio Lee, quien intenta unificar a la comunidad en Torreón. Ellos se conocieron y se estimaron, le dijo. Pero las discrepancias en fechas deben ser verificadas para establecer con certeza la historia.
“Por la familia y por los papeles sabemos que Emilio llegó después de la matanza, pero en las pláticas o las anécdotas surge la historia de que él vivió una persecución y que una maestra lo refugió. Obviamente esta historia tiene muchas vertientes y una de ellas es el fotolibro que estamos desarrollando y que el año pasado tuvo la fortuna de que nos apoyara Miradas al Fotolibro con la maestra y artista Celeste Alba, de San Luis Potosí.
“Tuvimos la asesoría haciendo revisión del proyecto como tal, sin embargo vemos que el proyecto tiene potencial y pensamos en la multiplataforma, pero es un proyecto que nos lleva tiempo y no saldrá de la noche a la mañana, a menos que nos dedicaramos expresa y únicamente a él”.