Rosario Varela Z.
La violencia feminicida es un fenómeno mundial y se enmarca en un contexto global de homicidios en la que son mayormente los hombres quienes la mueren pero también quienes infligen el daño.
De acuerdo con el Estudio global sobre homicidios realizado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, 2019), en 2017 fueron asesinadas casi medio millón de personas, de las cuales el 80% fueron hombres, pero también el 90 % de dichos homicidios fueron perpetrados por hombres.
La sobrerrepresentación de la población masculina en ambos aspectos muestra el grave problema con el ejercicio de su masculinidad o con el “hecho de ser hombre”.
Las mujeres, a su vez, se ven sobrerrepresentadas en el crimen en el que el perpetrador es un integrante de la familia (64 % son), así como también en los crímenes en los que la pareja es quien los comete ( 82%). Dicho en pocas palabras, los hombres se matan entre ellos y matan a las mujeres de su entorno (no importando que sean niñas o ancianas).
Con relación al feminicidio -el crimen en el que hay componentes de género, casi en un sentido racial, para hacerlos más entendible-, un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), muestra que en la Región Latinoamericana y el Caribe en 2020 las tres tasas más elevadas se registraron en Honduras (4,7 por cada 100.000 mujeres), República Dominicana y El Salvador (2,4 y 2,1 respectivamente).
En México se reportó una ligera reducción para el año 2020, con una tasa de 1.4, casi la misma que en 2019 . Adicionalmente estamos en una de las regiones más sacudidas por la violencia homicida; de acuerdo con la UNODOC, la región de las Américas tiene la tasa más alta de homicidio (17.2 homicidios por cada 100 mil habitantes, más del doble del promedio global es de 6.1.
Con este telón de fondo ¿Cómo no esperar que las últimas marchas conmemorativas del 8 de Marzo se centren en la demanda de seguridad para las mujeres?
Esta ha sido una añeja demanda del movimiento feminista y a fines del siglo XX con la creación de leyes que reconocieron el problema de la violencia familiar como un problema publico -y no como un problema privado o “pasional”, creímos haber avanzado, pero no fue así, a lo más que se llegó fue a visibilizarlo como algo no normal, pero en gran parte las prácticas en las instancias de justicia siguieron siendo las mismas, restando importancia a la violencia contra las mujeres hasta que no pase a mayores.
Como dicen el estribillo de Un Violador en tu camino del grupo chileno LasTesis: “El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que no ves. El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que ya ves, es femicidio, impunidad para mi asesino, es la desaparición, es la violación”.
En efecto, las/los MP “no ven” la violencia contra las mujeres hasta que deriva en un asesinato, como recientemente lo pudimos constatar la red de mujeres al acompañar a una joven mujer al Centro de Justicia que denunciaba por segunda ocasión a una expareja que la golpeó con un tubo de metal y le dejó golpes marcados por todo el cuerpo.
En su primera denuncia le dictaron órdenes de restricción al agresor, pero dijo que no le importaban, y lo cumplió, al mes, la volvió a golpear ahora con riesgo de desprendimiento de retina.
Al solicitar el avance de la carpeta nos percatamos que simplemente no se había hecho nada, pero además, en lugar de considerar las circunstancias para clasificar la agresión como violencia feminicida -de no haber salido su hijo pequeño a pedir ayuda la habría matado- se anticiparon a clasificarla como “violencia familiar cuyas lesiones no deja cicatrices” (¿qué diferencia hay con el concepto decimonónico de la “sevicia” o “crueldad extrema”, única condición reconocida anteriormente por el estado para considerarla como causal de divorcio?).
Ante el miedo de una tercera golpiza la joven señora retiró la denuncia, que era lo que quería su agresor.
Y así va escalando la violencia hasta llegar al feminicidio, la violencia que ya ve el estado, pero solo para ser parte de la estadística. ¡“Señor, señora no sea indiferente, ¡se mata a las mujeres en la cara de la gente!” gritan las consignas de las jóvenes feministas en un afán de concientizar a la sociedad sobre la gravedad del problema.
Y sus pancartas, carteles y “escraches” exhiben una situación de abuso e impunidad ante las cuales apenas hay unos cuantos resultados.
En este escenario pesimista, sobresale como esperanza la gran cantidad de mujeres jóvenes que han asumido al feminismo como su bandera.
Esperemos que muchos hombres lo hagan también, pues está juego su vida. Y la de nosotras también, y está en juego nuestra calidad de sociedad civilizada.