Por Carlos Sáenz Peña
El cine, como el resto de las disciplinas artísticas, siempre responde de manera contundente a los cambios que suceden en el mundo.
Aunque su naturaleza narrativa lo hace un medio idóneo para documentar la historia directamente, su lenguaje se articula a través de la imagen, terreno más bien de lo simbólico y lo metafórico.
Se vuelve entonces un testigo involuntario de los sucesos, registrando lo acontecido de manera casi subliminal. Un ejemplo claro de ello son las corrientes cinematográficas.
El surrealismo, el expresionismo alemán, el neorrealismo italiano o la nueva ola francesa son reflejos evidentes de los cambios sociales y políticos que sucedieron en sus épocas correspondientes.
No es casualidad que personajes como Drácula, Frankenstein o el siniestro Dr. Caligari aparecieran durante los últimos años de la primera guerra mundial, cuando el cine aún era silente; tampoco, el repunte del género conocido como terror gótico ni la aparición de los cortos de dibujos animados en años posteriores.
Así mismo, en aras de la crisis económica mundial de los treinta y la evolución del medio hacia su versión sonora, se dispara nuevamente la producción de cine de animación y fantástico, así como la aparición de géneros como la comedia romántica o bien, los musicales.
Estos últimos, con una evidente influencia militar dentro de sus coreografías, referencia directa de la situación que se vivía en ese momento.
A punto de cumplir medio siglo desde sus inicios, el cine se viste de technicolor.
El cine después de las guerras
Ante el inminente estallido de la segunda guerra mundial, los espectadores prefieren llenar las salas que presentan películas escapistas: universos fantásticos, extraordinarios y con despliegues visuales, alusión directa a los orígenes circenses y de vodevil de los primeros años del cine.
Hacia el final de la guerra, se asoma otro género que es diametralmente opuesto y con evidentes influencias estéticas del terror gótico y del expresionismo alemán, se trata del film noir o cine negro; ese cine de detectives cuyos antihéroes cuestionan los límites y la dualidad de la moral en un mundo caótico cubierto de pesimismo y decepción; similar al ambiente que se respiraba en ese momento.
Es el mismo caso tras los movimientos estudiantiles de los años sesenta. El cuestionamiento de los jóvenes hacia las estructuras sociales impuestas en la época, también cimbra al mundo del cine y sus esquemas establecidos en todo el mundo.
La experimentación del medio y nuevas formas de narrativa visual, son la principal motivación detrás de movimientos como la nueva ola francesa, la checoslovaca o la inglesa; también la escuela polaca, el cinema novo brasileño o el nuevo cine soviético.
Estas explosiones, aparentemente aisladas, detonan cambios significativos en el lenguaje cinematográfico, en sus ritmos y en las propuestas de montaje.
En resumen: cuando el mundo se mueve, el cine responde con intempestivas olas y nuevas propuestas narrativas.
De ahí que resultaría pertinente dejar de creer en la inminente muerte del cine, sentencia que cada cierto tiempo es pronunciada por algún veterano director consagrado. El cine no muere, más bien transmuta, se adapta y se transforma.
Era de esperarse que tras el fuerte oleaje que provocó (y sigue provocando) esta interminable pandemia, surgieran tendencias similares en el cine a aquellas aparecidas durante crisis devastadoras en nuestra historia.
Si bien, no fueron un par de años prolíficos para la cinematografía mundial en términos de recaudación económica, los sistemas de emergencia en cuanto a distribución y colaboración desplegaron nuevas posibilidades para el medio.
Así, lo fantástico y el terror hicieron presencia nuevamente ante la crisis. Pocas fueron las salas de cine disponibles, así que los espectadores tuvieron que recurrir a sus pantallas caseras, cuyo tamaño y tecnología posibilitan casi una experiencia similar.
La producción de películas de superhéroes y de ciencia ficción aumentó, pero ahora abordando temas de física cuántica y metaversos, al tiempo de promover nuevos valores de acuerdo con nuestros tiempos.
También aparecieron nuevas vertientes en el género del terror. Desaparecieron las criaturas y los monstruos y los conflictos centrales ahora recaen en temores primales como la destrucción del cuerpo como entidad biológica y en trastornos mentales como la ansiedad o la depresión.
Así mismo, las nuevas ventajas de distribución digital permitieron que las más arriesgadas propuestas de cine independiente o cine arthouse llegaran a una gran cantidad de público. Y claro, no podía faltar la contraparte musical.
El nuevo giro de los musiciales
Los musicales pospandemia presentan vertientes interesantes. Por ejemplo, en el especial de Netflix “Inside” somos testigos de la creatividad del comediante Bo Burnham al escribir, actuar, dirigir y producir en solitario y en cuarentena, una propuesta narrativa audiovisual completa.
La calidad de la pieza cuestiona todo el esquema de producción actual, puesto que su entrega está a la par de cualquier película manufacturada por un gran equipo.
Si bien, esta entrega se declara abiertamente como un episodio de televisión, el formato cinematográfico y los recursos narrativos que utiliza son de un filme.
De igual manera encontramos musicales que pertenecen a la industria cinematográfica clásica pero que, aunque su propuesta estética es vibrante y con una magistral dirección de arte, trastocan temas profundos atípicos de este tipo de entregas comerciales.
En el caso del recientemente estrenado musical “Dear Evan Hansen”, el protagonista central es un adolescente que sufre de ansiedad social; mientras que el colorido “In the heights” aprovecha sus momentos musicales para hablar acerca de la identidad, la migración, la gentrificación y segregación de una comunidad latina en Nueva York.
Cabe mencionar que hay una gran cantidad de estrenos para finales de este año y el siguiente. Vienen nuevas versiones musicales de “Cenicienta” y “La Sirenita”, incluso recientemente se anunció el retorno de Steven Spielberg con una adaptación de “West Side Story”.
Si bien, la historia nos ha enseñado algo y es que habrá películas musicales, de terror y fantasía para un buen rato en los próximos años.
Sintetizar un movimiento
Uno de estos musicales pospandemia sintetiza perfectamente el estado del cine actual. Se trata de “Annette” de Léos Carax.
Si bien, su proceso de pre-producción se remonta a cinco años atrás y terminó grabaciones justo antes del primer reporte de COVID-19, la posproducción y distribución fue principalmente en este año.
Esta es una película que ha generado asombro y sorpresa. Mientras que, por un lado, la mayoría de la crítica especializada la alaba, ha sido demeritada y repudiada por los espectadores menos aventurados.
Estas reacciones negativas probablemente se deban a que la película, haciendo historia en cuanto a esquemas de financiamiento y distribución, llegó a plataformas o cadenas cinematográficas que generalmente programan otro tipo de contenido.
Francia, Bélgica, Alemania, Estados Unidos, Japón, Suiza y México son los países que hicieron posible su financiación a través de varias productoras como ARTE, CANAL + y UGC. Así mismo, fue receptora de algunos estímulos fiscales de cada país, incluido el EFICINE de México.
La inusitada distribución internacional fue posible gracias a que estas productoras forjaron relación con gigantes digitales como Amazon Studios y la plataforma MUBI, alianzas que facilitaron su estreno simultáneo en todo el mundo a la par de Cannes 2021.
Un hecho inédito hasta ese momento tanto para el festival, como para la industria en general. En resumen, la película gozó de una estrategia de mercadotecnia generalmente reservada para productos dirigidos a un público masivo que fue propulsada por la fama de sus dos estrellas principales.
Una gran producción musical internacional con dos estrellas que estrena simultáneamente en todo el mundo y que acapara las redes sociales con atractivos carteles, podría dar una idea completamente errónea de cómo aproximarse a esta película.
Sobre todo, si se trata del primer contacto del espectador con el trabajo de este director.
Léos Carax es un director de cine que originalmente quería ser músico. Para nuestra fortuna, a principios de los ochenta se decidió mejor por explorar el lenguaje audiovisual con su primera película “Boy meets girl”.
El peculiar y original estilo de esta obra lo hicieron un consentido instantáneo del festival de Cannes y lo llevaron a captar la atención de importantes productores y colegas.
Posteriormente reafirma su valía como autor indiscutiblemente original con “Mala Sangre” y años después con “Los amantes del puente nuevo”.
Si bien el director se toma varios años entre cada uno de sus proyectos para su desarrollo, siempre sorprende con los resultados finales de sus obras. Incluso, sus filmes, aunque tienen temáticas y motivos recurrentes, siempre son muy distintos en su semiótica y estructura narrativa.
“Annette” no es realmente el primer tanteo del director en el terreno de los musicales, puesto que en su trabajo siempre incluye secuencias de este tipo de manera sorpresiva e inesperada.
Por ejemplo, podemos recordar una de las escenas más contundentes de su afamada cinta “Pola X” en el que un interludio musical irrumpe a media película con energía y fuerza extraordinarias.
Un efecto similar sucede en el episodio titulado “Entreacto” de “Holy Motors” con una intervención que causa una catarsis inexplicable y asombrosa en el espectador desprevenido.
En la misma película, hay un episodio musical con la famosa cantante Kylie Minogue como protagonista. Del mismo modo Léos Carax aprovecha las capacidades físicas de sus actores y actrices y establece movimientos con coreografía claramente planeada.
Dennis Lavant, su colaborador principal, generalmente hace despliegue de la manera en la que puede relajar, tensar y mover su cuerpo durante sus interpretaciones.
Lo hemos visto bailando al ritmo de David Bowie o celebrando en un puente los cien años de la revolución francesa a la luz de los fuegos artificiales y acompañado de una muy joven Juliette Binoche.
Momentos similares se encuentran presentes en su más reciente trabajo, ahora con la destreza física de su nuevo actor principal.
Acerca de esa pieza, el director ha decretado que se trata de su película más personal. Si bien no es el único autor, participó activamente en toda la gestión del proyecto junto al igualmente singular grupo de art rock Sparks.
La película se pensó originalmente como un álbum conceptual de esta banda y a partir de ello se construyó el guión textual.
Probablemente a eso se deba que, al terminar de ver la película, tengamos la sensación de haber presenciado una intensa ópera futurista en vez de un musical habitual.
Normalmente, cuando vemos una película, nos preparamos para abandonarnos a la ficción y al mundo diegético, todo lo que esta propone lo aceptamos como real y absoluto.
Si se presenta una situación mal elaborada o sin un trasfondo verosímil, de inmediato se revienta la burbuja y nos provoca frustración. En este caso, la burbuja estalla tras los créditos iniciales.
En las primeras imágenes del filme, el director muestra explícitamente que no se trata de una experiencia cinematográfica común. Se muestra a sí mismo, junto a su hija, avisándole que hay algo que está por comenzar.
Entonces, empieza el primer número musical, justamente evidenciando todo aquello que la ilusión de los musicales habituales lucha por ocultar: vemos un estudio de grabación sonora y la banda construyendo la melodía.
Luego, los cantantes principales del grupo Sparks se levantan de su silla y en un plano secuencia perfectamente mesurado y orquestado se encuentran con parte del equipo de producción, incluyendo a las dos estrellas principales.
Todo esto mientras cantan abiertamente al público que lo que estamos presenciando se trata de una puesta en escena -“Hemos confeccionado un mundo, un mundo construido para ti” – y que incluso están dispuestos a cantar, a morir y a matar para entretenernos, al tiempo que le piden al público que guarde atención y silencio desde su lugar.
Posteriormente Adam Driver y Marion Cotillard toman sus lugares, sus disfraces, sus respectivos personajes e inician la función. Adam como Henry, un ácido comediante cuyos monólogos cínicos evidencian su esencia animalesca y carácter crudo y directo, y Marion como Ann, una cantante soprano, prestigiosa, elegante y bellamente trágica.
A partir de estos dos arquetipos comienza una historia de amor más bien convencional: dos estrellas en la cúspide de su carrera deciden iniciar una relación y posteriormente casarse mientras lidian con el éxito y los reporteros.
Sin embargo, esto pronto se devela como una trampa engañosa, puesto que la habilidad del director para provocar sorpresas en esta ocasión no radica en la inclusión de los números musicales repentinos, sino en la evolución de sus personajes y la convulsión de la trama.
De esta manera, la película funciona más bien como un cuento de hadas para adultos, pero de los clásicos de la literatura, aquellos capaces de conmover al tiempo que provocan pesadillas por igual.
Como en sus otras películas, Léos Carax nos habla de la intensidad del amor, pero también de los problemas que surgen cuando se interponen la vanidad y la frivolidad; del ego voluble que es capaz de amar a una persona con locura y envidiarle y a aborrecerle al mismo tiempo.
También de volcar la culpa, las esperanzas y los sueños en otros y manipularles, como marionetas con hilos invisibles, metáfora más que evidente en esta película.
Incluso, rumbo al acto final, el reproche se vuelve hacía el mismo público: constantemente desencantado y cada vez prestando menos atención, buscando experiencias inmediatas en el mundo del espectáculo y desechando lo que no le sirve.
Si bien, en ciertos momentos la película bordea lo absurdo, lo hace de manera intencional. No hay que olvidar que se trata de una tragicomedia totalmente voluntaria, aunque a veces su sentido del humor transita por lugares muy oscuros y presenta características más bien de un thriller o de una película de terror.
Extrañamente, la nota final de “Annette” es más bien esperanzadora y quizá se deba al hecho de que reconocemos que detrás de ese mundo construido, ficticio y absurdo, existe una historia real, que aunque no conozcamos, la intuimos.
Si somos entrometidos y ahondamos en la historia personal del director, sabremos que la gestión detrás de este proyecto fue impulsada por una necesidad personal de disculparse y reconocer errores del pasado. Si preferimos por la discreción, sólo basta saber que el director dedicó la película a su hija, misma que mencionamos que aparece en la secuencia inicial.
Este valiente, épico y único antimusical se encuentra disponible en nuestro país en la plataforma MUBI, que ofrece un periodo de prueba gratuito. Como consejo personal, la mejor manera de aproximarse a esta película es no saber mucho más de lo que aquí platicamos.
Gran parte de la experiencia de este musical es el factor sorpresa y Léos Carax sabe hacerlo como ningún otro director.
Por ello les sugiero mejor abandonarse a una experiencia única y peculiar, seguramente es una pieza que los asombrará, conmoverá y quizá terminen un poco enojados, pero seguramente no los dejará indiferentes.
Y también, hay que abrir bien los ojos dentro de los próximos meses, ya que el cine que nos deje la crisis de pandemia será interesante, por lo pronto ya se enriqueció el género musical.