Por Adriana Teresa Romo Salado
A veces, la violencia deja de ser una idea abstracta y se materializa en un rostro y en un nombre propio.
Rostro desesperado como el de C. de 23 años, con su hija de 3 y un embarazo de 6 meses buscando a su esposo aparentemente levantado por el ejército, verla ir y venir al sinfín de dependencias insensibles ante su angustia y sus reclamos recibiendo siempre la misma respuesta y las mismas respuestas insensibles y evasivas
¿Cómo no sentir su llanto, y su desamparo que tal vez sólo conozcan sus padres, su hija, y sobre todo su hijo que no alcanzó a nacer vivo?, ¿Qué responder cuándo en medio del duelo pregunta; ¿Por qué él?, ¿Qué pasó?
Rostro inocente como el de B que con 6 años está condenado a vivir encadenado a silla de ruedas por haber recibido un disparo en la espalda al mismo tiempo que vio morir a su padre como víctima de un fuego cruzado en donde no aparecieron culpables.
Rostro como el de G su madre que, en medio de aparatos, médicos, enfermeras, sueros, me dice, “ni siquiera le pude llorar a él, porque luego, luego me vine para el hospital con mi hijo, me siento sola, ni fui a su entierro, ¿qué le voy a decir al niño cuando salgamos de aquí?
Rostro arrugado con manantiales de lágrimas, como el de R quien a pesar de saber que sus dos hijos eran sicarios no bastó para disminuir su amor por ellos y va buscando sola sus cadáveres – ¿Cómo más podría ser? – en donde puede y como puede, para sentir que sus lágrimas pueden lavar la tierra y la sangre de sus cuerpos y expiar las culpas de sus almas. ¿A quién puede pedir perdón por lo que destruyeron? ¿Con quién llorar sin sentirse juzgada como madre?
El peso de la violencia asociada al narcotráfico o conflictos armados cae sobre las mujeres, principalmente las empobrecidas, ellas son las que dan el primer paso, salen a las calles, solas… y se van encontrando, formando un colectivo que comienza a gritar lo que sucede, los primeros pasos son dados por la lógica del amor, que da paso a la lógica de la justicia y la defensa de los derechos humanos por la necesidad de encontrar a seres queridos y esperados.
Según el médico y doctor en Psicología, Carlos Beristain de nacionalidad española, experto en atención a colectivos impactados en graves violaciones a derechos humanos señala que con la violencia en procesos de militarización entra en crisis el papel de las mujeres porque los hombres están más expuestos a morir, desaparecer o ser reclutados, ellas enfrentan el impacto de la violencia en sus propias vidas, las de sus familias y las de su comunidad, con lo que cargan el peso de todo.
Ellas tienen que hacer frente a los procesos de duelo e impacto, y la mayor parte del trabajo de reconstrucción social recae sobre sus espaldas, especialmente cuando tienen que hacerse cargo de su familia. Otra afectación es que el rol de ellas entra en crisis, pues tienen que hacer de mamá y papá, las hostigan por ser “solas”, muchas veces viven amenazadas y casi siempre empobrecidas.
A pesar de estas circunstancias adversas, las mujeres intuitivamente han desarrollado con paciencia milenaria, una sensibilidad y una forma de comunicar oralmente un discurso lleno de códigos incomprensibles al oído masculino.
Ha sido una estrategia de supervivencia, hemos tenido que lidiar con condiciones de violencias extremas como; maltrato físico y emocional, aislamiento, matrimonios forzados, violaciones, incesto, esclavitud sexual o laboral, y muchas más. Entonces los procesos individuales los volvemos colectivos e imparables.
México suma ya 90 mil 34 personas desaparecidas y no localizadas. Según este registro del 5 de enero de 1964 al 29 de julio de 2021, hay 81 mil 617 personas desaparecidas y 8 mil 417 no localizadas.
Las mujeres vivimos otras violencias que no son nombradas cotidianamente y las vivimos juntas. ¿Alguna ley nos protege de ellas?