Por Raúl Vera López*
Conocí en persona al Padre Pedro Pantoja cuando vine a ser Obispo de Saltillo en el año 2000. Digo en persona, porque un hermano mío que se llama Carlos y que vive en la Ciudad de México, cuando supo que el Papa me enviaba a Saltillo, me dijo que aquí me iba a encontrar con el Padre Pedro.
Ellos eran amigos, porque precisamente ahí, en México, trabajaron con él mi hermano y su esposa Lourdes en las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs).
Estas comunidades surgieron en América Latina para leer el Evangelio de manera conjunta y a partir de los contenidos de éste, se realizaba una lectura de la realidad social en que vivimos, se adquiría una visión crítica y se comprometía a trabajar por la justicia y la dignidad.
En mi primer encuentro con el Padre Pedro, le dí el saludo de mi hermano y, por supuesto que lo recordaba perfectamente; también tenía muchos recuerdos de Lourdes mi cuñada y de su hijo, y me dijo que se había enterado que ellos habían muerto.
Lourdes y Rodrigo, su hijo de 9 años de edad, perecieron en el terremoto de 1985, en la Ciudad de México. A partir de nuestro primer saludo, nuestra amistad siguió creciendo; trabajamos juntos, debatimos, discutimos y sacamos adelante varios proyectos, hasta que Dios lo llamó a su Reino hace ya un año. Cuando en una llamada telefónica con Carlos, mi hermano, comentamos la muerte del Padre Pedro, no pudo contener el llanto.
Pedro se caracterizó por una enorme capacidad de entrega de servicio a los demás, fue profundamente comprometido con los pobres, dentro de una visión de proyecto de sociedad que pretende cambiar las estructuras y criterios egoístas, que dan como resultado sufrimiento e injusticias, junto con explotación salvaje de los más débiles e indefensos.
Su apuesta a estar del lado de los pobres, viene del Evangelio y del seguimiento del Señor Jesús que busca vida en abundancia para toda la familia humana.
Pedro Pantoja cubrió un papel importante en todo aquello que fue necesario realizar desde la Diócesis de Saltillo, para impulsar procesos dirigidos a enfrentar las estructuras egoístas y abusivas, que causan tanto sufrimiento en las personas vulnerables y que están expuestas a abusos inhumanos y degradantes, con lujo de violencia y sadismo, como es el caso de las personas migrantes.
Su rol en la Pastoral Social de la Diócesis de Saltillo, fue de importancia no sólo a su interior, sino cuando representaba a la diócesis a nivel nacional o internacional respecto a posturas laborales, penitenciarias, campesinas, obreras y muchas otras; no sólo trabajó por la defensa de los derechos de las personas migrantes.
Recordemos, entre otros sucesos interesantes de la vida de Pedro, que mientras estudió en el Seminario, trabajó como obrero en una fábrica, y que mientras fue vicario del templo Catedral, estudió su carrera de psicología.
Los migrantes para Pedro, eran personas que había que atender sin reserva de tiempo y ofreciendo todo lo que se podía desde el hogar que les acogía: La Casa del Migrante de Saltillo, misma que originalmente se llamó Belén, Posada del Migrante, y que en Acuña se llamó Casa Emmaús.
Él se preocupaba de que las y los migrantes se sintieran como en su casa, atendidos y protegidos en todo lo que estaba en manos de nosotros para ofrecerles: un espacio seguro, alimentación, salud, atención legal para quienes lo necesitaban a causa de agresiones y daños que provinieran desde las autoridades de cualquier nivel o corporación, hasta de parte de personas de otra condición que cometieran injurias marcadas contra ellas y ellos. También cuando fuera necesario, atención médica y psicológica.
En la mente y en el corazón de Pedro, los migrantes eran mensajeros de la paz y la justicia en movimiento, personas merecedoras de toda nuestra acogida y protección.
En un momento dado, la Casa del Migrante de Saltillo, con él al frente como asesor, junto con el personal que los atendía dentro de la Casa, y con las familias vecinas que aprendieron a cuidarles y respetarles, estuvieron gravemente amenazados de muerte, porque el Cartel de los Zetas que tenía bajo su poder la plaza de la Ciudad de Saltillo, intentaba tomar la Casa para sacar a los migrantes y retenerlos secuestrados, para cobrar el rescate a los familiares de ellos que estaban esperándolos en Estados Unidos.
Tras este incidente se recurrió a la fuerza pública para impedirlo y desde entonces existe en la puerta de la Casa del Migrante una patrulla de la policía estatal ofreciendo medidas cautelares de protección.
La experiencia del voluntariado internacional que ofrecía sus servicios en la Casa del Migrante en esos momentos, fue de mucho temor y también de valentía. Pasó tiempo para que volvieran a activarse los voluntariados, incluso, nacionales, pues la situación de riesgo constante no cesaba.
Ante el contexto de violencia y de agresión de cárteles, el Padre Pedro les dijo a los migrantes algo así como esto: “Nos sentimos llenos de agradecimiento delante de Dios, porque Él nos ha considerado dignos de sufrir los mismos padecimientos que ustedes padecen sólo por el hecho de ser migrantes. Estar nosotros ahora, expuestos a la muerte por ponernos del lado de ustedes al acogerlos, protegerlos y luchar por el derecho que ustedes tienen a una vida digna, nos hace saber que estamos en el camino correcto”.
La vena profética de Pedro, surgía de vez en cuando, lo mismo que su vena poética no podía faltar en sus discursos y textos.
El Padre Pedro, junto con el personal que está en la Casa como empleadas y empleados, servidoras y servidores de ellos, así como las y los voluntarios permanentes y quienes integran los grupos de la sociedad civil que aportan tiempo, oficios, saberes, asesoría, juegos, comida, ropa, y demás, son como una familia junto con las personas migrantes y refugiadas.
Todas estas personas, con su actitud y espíritu de servicio, adoptaron las ganas de Pedro para que pudiéramos vivir el evangelio en Saltillo.
Lo mismo ocurre con las personas de grupos y parroquias de Saltillo que prestan diversos servicios de alimentación, clases, cuidados médicos y otras muchas atenciones, que tienen un gran afecto hacia las y los migrantes. Ello, me parece, proviene de la actitud con la que el Padre Pantoja sirvió personalmente a todas y todos ellos, como un padre y un amigo; como un hermano servidor muy esmerado de ellos. El mismo Pedro se consideraba un migrante más entre ellos.
Resumiría esa actitud suya con las palabras de Jesús en el Evangelio, cuando está describiendo cómo será nuestra calificación de parte de Dios, al final de nuestra vida en este mundo.
Para aprobarnos, Jesús lo hará a partir de nuestra relación ante las personas que sufren en esta tierra: “Vengan benditos de mi Padre, reciban la herencia preparada para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era migrante y me acogieron, estaba desnudo y me vistieron”.
Continúan las palabras de Jesús en el Evangelio refiriéndose a lo que le dirán quienes fueron justos en esta tierra: “Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos migrante y te acogimos o desnudo y te vestimos?”… Y Jesús les dirá: “Yo les aseguro, que cuanto hicieron con uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron”.
Y las personas justas ingresarán a gozar de la gloria de Dios en el cielo.
Este 18 de diciembre es el Primer Aniversario de la salida de este mundo del Padre Pedro. El día en que él trascendió, se celebraba el Día Internacional del Migrante, como sucederá de nuevo el próximo sábado.
En una fecha tan significativa para la vocación que Pedro sintió por la atención a las personas migrantes y que fue madurando a partir de la experiencia con sus hermanos Escalabrinianos que tienen por vocación la atención a esta población, fue consolidada su entrega y ese día, su corazón terminó por cerrar el ciclo de vida, enmarcado de manera justa por el día que fue establecido para establecer medidas de protección para la población que migra de manera forzada para superar la adversidad y vivir una vida mejor.
Yo creo que Pedro se fue al cielo, y no sólo para velar por los migrantes del mundo que pasan por nuestros albergues y casas, sino por las mujeres y hombres migrantes que sufren en todos los rincones y confines de la tierra.
Deseo que el alma de Pedro disfrute ya de la visión de Dios e interceda por los migrantes de todas las regiones de la tierra, y ore por todas y todos aquellos que en el mundo atienden a las personas migrantes.
*Obispo Emérito de Saltillo y activista por los derechos humanos.