Por Gilberto Lastra Guerrero
Bauhaus es la banda de mi vida. Desde el primer acorde del bajo de David J. en la canción de apertura del álbum The Sky’s gone out: Third uncle, un cover de Brian Eno, me atrapó.
Nunca había experimentado una alquimia tan espontánea con una banda. Escuchar a Peter Murphy (voz), Daniel Ash (guitarra y saxofón), Kevin Haskins (batería) y el mismo David J. fue un territorio inexplorado para mi sentido del arte.
Bauhaus a diferencia de muchas bandas, es una puesta en escena, una suerte de arte-objeto. Oírlo fue y es musicalizar lo indómito de la vida, al punto de revelar las entrañas de la oscuridad donde habitamos.
Es un grupo experimental, oscuro y sucio. Varias veces dio conciertos en México a ninguno pude asistir. Durante años, con discos compactos y el reproductor, caminé kilómetros y kilómetros en Ciudad de México por las noches al salir de algún trabajo sin futuro por falta de dinero. }
Tan punk. A veces, prefería comprar baterías y seguir la senda, pero musicalizado.
Por fin anunciaron que vendría a México. No daba crédito, y menos, por la pandemia de la covid-19 que se avecinaba.
Tres veces cambiaron de fecha. Imaginar escucharlos como en tantos conciertos y ser una voz más coreando Dark Entries, In the flat field o Double Dare, canciones compañeras de esas noches de largas caminatas o del último convoy del Metro, y de ser un slim pixie tras quebrar alguna relación con una chica.
Imaginaba las canciones a tocar, un set list cerca de mis piezas favoritas. De esas noches de poesía de lo inexacto que se vuelve la realidad, los sentidos y el pensamiento. Dark Entries en coro una y otra vez cantando sin que nadie me escuchara.
Cuando menos lo imaginé, cantaba junto a tantos en el parque Bicentenario con el cielo nublado como tantos en el pasado y en la misma ciudad años antes.
Peter Murphy, el perfomer preferido salió al escenario en esas mismas tinieblas de la calle. Ese sonido áspero como el insomnio, al punto del delirio. El bajo se escuchaba golpear mis músculos y la batería mis huesos.
Daniel Ash arrancando gritos a la guitarra desde el otro lado de mis recuerdos. Fui solo. Nadie me conocía y a nadie conocía. De eso se trata también la soledad, del anonimato. Y más cuando suena Bauhaus para tantos.
Escuché las rolas que repetí y repetí por años: Spy in a cab, All we ever wanted, A God in a alcove, Stigmata Martyr, She is in parties. Al sonar las notas de la guitarra de Silent hedges, un velo no solo de recuerdos, sino de sensaciones se abrió paso por mi sistema nerviso: “the beautiful down grade/ going to hell again/ going to hell again”. Ese lugar habitado por años, y todavía. El coqueteo con el dolor, la noche y dentro ese abismo de oscuridad tan familiar. El lugar más seguro para los siempre extraños. Bauhaus, la siempre extraña banda que he escuchado tanto y siempre suena distinto aunque sea la misma canción. Acordes inpregnados en los músculos y huesos aquella noche que por fin escuché a Bauhaus en vivo. Undead, undead.